Santa Cruz de la Sierra (Cáceres). El objetivo de este periódico, es dar a conocer las noticias y el quehacer diario de nuestra villa. ASOCIACIÓN CULTURAL CRUCEÑA LOS NARANJOS NIF G10435428

miércoles, 18 de febrero de 2015

ANTIGUAS FIESTAS DE SANTA CRUZ DE LA SIERRA "LOS VAQUILLEROS"

Los Vaquilleros”


En la llamada fiesta de los Vaquilleros –que debe incluirse entre los festejos relacionados con los mitos “que repiten simbólicamente el acto de la creación”, un grupo de siete mozos nombraba entre ellos un “guión”, que había de servirles de supervisor en los ensayos de la danza que durante el mes anterior al Martes de Carnaval ejecutaban en la plaza mayor del pueblo, al atardecer, una vez concluido el trabajo diario. Llegado el día señalado, los vaquilleros se vestían con calzón de paño negro, medias blancas, chaleco de paño, igualmente negro, con brillante botonadura, y camisa de lino. Se calzaban borceguíes y se tocaban con un empinado gorro “sensiblemente cónico” y profusamente adornado de espejuelos y cintas de vivos colores, a la vez que se ceñían con un fuerte y ancho cinturón, del que harían pender varias campanillas. Igualmente, cada uno se acompañaba de la típica y recia honda de vaquero.


El “guión”, además, llevaba un silbato. El Martes de Carnaval –al primer toque de misa, se reunían los vaquilleros en la plaza y, precedidos del “guión”, se dirigían a la casa del señor cura. En el trayecto y en otros momentos de la fiesta, caminaban en dos filas, trenzando una danza rudimentaria y primitiva, que consistía en permutar sus lugares cada uno de los vaquilleros de distinta fila al cambio de marcha –hacia delante o atrás, no tenían giros ni a derecha ni a izquierda– efectuado por su “guión”, movimiento que ésta marcaba con el restallido de su honda y que los demás vaquilleros ejecutaban a suaves y acompasados saltos que hacían tintinear sus esquilas, quedando, con este movimiento, siempre los mismos hombres a la derecha del “guión”. Llegados a la casa del cura, salía éste, se colocaba en medio de las dos filas, y así escoltado, se dirigía a la iglesia. Una vez en ella, el sacerdote pasaba a la sacristía, mientras los danzarines se colocaban cubiertos en el presbiterio, dando cara al altar; y sólo se descubrían durante la elevación.


Terminada la misa, el sacerdote era nuevamente escoltado hasta su casa por los vaquilleros. Una vez en ella, el clérigo los despedía con la pregunta: –¿Sabe cada uno su sitio?– Sí, contestaban ellos, para, acto seguido, y a grandes saltos, que hacían soñar las esquilas del cinto, ocupar las bocacalles de acceso a la plaza, restallando sin cesar sus hondas. Ya en la plaza, el “guión” se situaba en el centro, mientras los espectadores se apoyaban en los muros. El insistente tañido de un cencerro anunciaba la llegada de la vaca: un mozo disfrazado con una careta de madera, en forma de cabeza de toro que lleva clavados dos cuernos, y cubierto con una manta. Irrumpía, pues, la vaca en la plaza y simulaba embestir a los espectadores. El “guión” trataba de reducirla con amenazas, con el restallido de su honda… Hacía entonces sonar su silbato y acudían los vaquilleros, que lograban reducirla, Pero aunque era conducida por ellos, la vaca hacía vertiginosas escapadas para arremeter contra los grupos de curiosos, produciéndose las consiguientes carreras y los simulados sustos…

La fiesta terminaba al toque de mediodía, cuando se procedía a matar la vaca. El matador, armado de un viejo sable, se dirigía hacia la falsa res, que le volteaba aparatosamente; pero ayudado por los vaquilleros, lograba al fin darle muerte. Luego, el animal era retirado en parihuelas hasta una casa próxima, donde el mozo que lo había encarnado, se despojaba de sus atavíos animales para incorporarse al grupo de vaquilleros y dirigirse todos a degustar el convite que financiaba el matador.

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